"Otra vez me muero"

Y otra vez el tomógrafo dándome instrucciones: “Respire”, “no respire”, “tome aire profundamente”, “respire”… para dentro de unas horas sentenciarme de vida o de muerte. Estoy acostado boca arriba mirando ese “bicho” enorme, ese aro que gira sin parar, esa turbinita indignante que chilla estridentemente, y luego las instrucciones para que uno respire o no respire. Y respiro y no respiro. Y aguanto la respiración, y respiro y no respiro y aguanto… y respiro otra vez. Es tan cómodo, una vez que uno se relaja y saber que no se puede hacer nada. Estoy con la aguja en la vena, me están pasando un líquido de contraste que me arde, que me quema, que me da náuseas, obedezco instrucciones. Es tan denigrante, tan humillante, que si obedeciera a mis instintos me arrancaría la aguja y saldría corriendo del lugar. Pero le voy a dar una chance más a la medicina y una menos a mí, que me prometí no someterme más a agresiones físicas y morales. Y digo una menos a mí porque no siento tanto respeto por mí al estar acostado preso de un tomógrafo sintiendo que estoy mendigándole a la vida o, lo que es peor, como si el tomógrafo tuviera injerencia o pudiera tener piedad como para cambiar el resultado de lo que ve. Como si pudiera ponerme una buena nota o hacer la vista gorda al posible tumor o linfoma que podría llegar a tener.

La sensación es espantosa, siento muy poco respeto por mi ser. Merezco morir como una rata rabiosa; me había prometido nunca más hacerme nada. Pasé un año entero regalando mi cuerpo a sesiones de quimioterapia. Sesiones que duraban cuatro días, sesiones que me dejaban acalambrado, dolorido, desganado, nauseabundo, pelado, blanco, verdoso, gordo, inflamado, morado. Mi aspecto era el de un sapo a punto de reventar. Pasé meses dificilísimos, porque además la certeza de que el tratamiento funcione no se la dan a uno de la noche a la mañana, sino que hay que dejar pasar por lo menos tres o cuatro sesiones hasta que un día entra el médico a la habitación con una sonrisita de esperanza “Bueno, afortunadamente el tumor es sensible a las drogas y está comportándose como esperábamos”. Recién ahí empecé a sentir que valía la pena la agresión de meterme veneno por las venas todos los meses durante cuatro días seguidos. La quimioterapia es veneno, y no es una metáfora, es veneno de verdad. Mata todo lo que toca, arrasa con todo sin distinción, destruye lo que sirve y lo que no sirve. Te come los huesos, los tejidos, te morfa entero. Te devora sin consideraciones ni contemplaciones. Vomité los veintiséis días restantes hasta tener que internarme nuevamente por otros cuatro días. Y así sucesivamente durante ocho meses seguidos. Envenenarme, salir, vomitar, acalambrarme, retorcerme, seguir mi vida como podía, internarme, envenenarme, salir, internarme, envenenarme, salir, vomitar… y todo esto sin parar. Ocho meses sin parar. Si paraba, me moría.

El tratamiento también te pudre psicológicamente. La gente me miraba raro al ver a un tipo sin pelo, sin cejas y verdeamarillo. El color del cáncer no es el negro, es el verdeamarillo, ese verdeamarillo premuerte. La gente tampoco sabe cómo abordar el tema, algunas personas ni lo mencionan, otras se atreven con torpeza, y otras te dan fuerzas y consejos que escucharon al pasar como la receta de una sopa de pescuezo de gallina con frijoles, no sé cuántas cabezas de ajo, picante, jengibre, cartílago de no sé qué animal y otras miles de verduras mágicas, o como datos de chamanes, videntes o curanderos.

Pero todo eso ya pasó…pero pido cuidado al elegir las palabras que usamos para hablar de las enfermedades y cómo las encaramos. Yo tuve un linfoma en el riñón izquierdo y pude destruirlo, vencerlo, derrotarlo, hacerme amigo, o curarme, como corno quiera. Pasaron casi seis años y otra vez una manchita, algo que a mi oncólogo no le gusta, otra vez el miedo, no tanto a la muerte sino al dolor, a no poder vivir como quiero, a no estar del todo sano. Otra vez el desafío de juntar fuerzas, ¿otra vez? sí, otra vez. Otra vez porque me quedan cosas por hacer, otra vez porque soy valiente, otra vez porque me quiero, otra vez porque me odio, otra vez porque me mentí, otra vez me faltaré el respeto, otra vez lo haré, otra vez porque amo la vida, otra vez porque me encanta coquetear con la muerte, por el doctor Chacón, otra vez por los que no pueden acceder a estos tratamientos, otra vez por María, por mi novio, por mis amigos, por Charly, por Maradona, por mi perra Mono, por volver a almorzar con Mirtha, otra vez para escuchar a Lalo, a Hanglin, a Víctor Hugo, a Dolina y a la Negra. Otra vez para volver a Broadway a ver teatro ahora que me dieron la visa para entrar a los Estados Unidos… Otra vez por todo eso y mucho más, y otra vez por muchísimo menos también, como por comer un cuernito de grasa o tomar un whiskicito. Otra vez parece que me muero, otra vez trataré de no morirme, sí, otra vez, otra vez porque no hay más remedio, otra vez, otra vez… por mí